Carlos Calderón

¿Quién puede saber cuándo se está frente a una verdadera propuesta de Arte?

¿Cómo reconocer al artista más allá de su oficio y destrezas?

¿Acaso es aquél que creció en el mar, fijó sus miradas en la infinitud del horizonte y descubrió mágicas tramas durante el desarrollo de su lenguaje artístico?

Aproximarse a la obra de Carlos Calderón, es conectar con un pintar profundo, acompañado de reminiscencias del pasado y evocativo de miradas al vacío en el horizonte, sustentadas en la inmensidad del mar. Precisamente es por eso que el Arte llega a su vivir, tras decidir su retorno a la mar, con la pintura como recurso capaz de manifestar semejante transformación que el existir demandaba, aflorando pasajes y vivencias que marcaron enriquecido imaginario en el curso de los años formativos junto al padre.

En sus obras percibimos un olor y sabor a mar, como si navegara sobre el lienzo, dando vida a manchas de color y velos que encubren elementos afines al ámbito marino, convertidos en sublimes escenarios sumergidos en abstracción pura.

La visión madurada de un manojo de lecturas, facilita entonces un cristalizar de espacios fundados sobre el silencio y la solitud, donde el mar lo es todo. Desde ese teatro aparecen rancherías, objetos, elementos salidos de las efímeras visiones y probables espejismos asentados en la memoria del horizonte.

Es así como la obra expuesta nos lleva a surcar espacios que impactan la retina y avivan remembranzas, con escenas reveladoras de belleza estética y mágicas composiciones; un debatir entre la ausencia y presencia. Resulta creíble intuir hasta el oleaje que resuena en los oídos del artista, al compás de un pintar apasionado y pintar en libertad, bajo constante motivación de timonear entre los azules.

Mar y horizonte de Calderón conforman sensible poética desde el alma misma, invitando a la cavilación hasta comprender los secretos escondidos más allá de todo confín, inmersos entre capas de pintura enlazadas con un periplo de vida, reafirmando contemporaneidad y vigencia en su trabajo. Sea éste el tesoro representado por las vivencias, donde en lugar de buscar respuestas, hallamos paz e inagotable fuente de creación.

He escudriñado buena parte del trabajo artístico de quien hoy expone, cuya obra conocí el año 2004 durante una muestra individual celebrada en galería de Caracas. Puedo expresar que su propuesta reivindica la permanencia y fuerza indiscutible de la pintura, transitando por ella durante tres décadas hasta concebir una obra genuina y original, bajo impecable ejecución que sumada al proceso de formación y exploración, legitiman la valía de un lenguaje plástico propio y prometedor cuerpo de obra.

Las relaciones del ser humano con el mar -ese misterioso mundo al que accedemos con temor y curiosidad- conforman el sustrato temático de toda la obra de Carlos Calderón, en la que se trasluce claramente su fascinación por las faenas, utensilios y formas de habitar este ámbito que limita cotidianamente con lo insondable: la costa.

La seducción que el mar ejerce en el alma de este artista ha movilizado la creación de un vocabulario de imágenes que se convierten en símbolos del trabajo del hombre en y con el mar y, por ende, de las íntimas, complejas e inmemoriales relaciones del ser humano con el medio ambiente natural. Si bien la naturaleza nos provee, como una madre fértil y cálida, de alimento y cobijo, la perenne lucha del hombre por adentrarse en los misterios que ella resguarda, respetando lo indescifrable, retribuyendo simbólicamente sus ofrendas, temiéndola y amándola, se vuelca en el alma con el sabor de una sapiencia recóndita, muchas veces inenarrable. 

En esta vinculación de Calderón con el mar se percibe con claridad el surgimiento de la emoción, como un estado de ánimo que moviliza lo inconsciente, lo memorioso, lo imaginario… Sus obras están cargadas de lirismo y de gestualidad. La pincelada emotiva, el trazo rápido y pastoso, los goteos aleatorios nos hablan de esta energía pasional que otorga a estos cuadros todo su vigor y su calidad plástica. Acertadamente el artista ha señalado que su luz “nace de la oscuridad”, y ciertamente notamos que sus cuadros se alejan del colorido tropical típico de los retratos de la costa, y dan cabida a un acercamiento alterno.  Y es que su mirada parte de lo interior, donde las sombras dan paso a una luminosidad callada y lo exterior se transforma en cuerpo e imágenes confusas, desdibujadas, pero poderosamente expresivas. 

Por estas razones la inspiración de Calderón parte de los trabajos artesanales de la pesca. En su búsqueda por perseguir los contenidos arquetipales de esta faena tan antigua como el mundo, Calderón viajó a España y  pasó un año en el Cabo de  Gata, un lugar de la Costa de Almería, ubicado al extremo sur oriental de la península ibérica. La particular y dramática topografía de la zona, y las antiquísimas referencias que el lugar ofrece sobre la cultura de la pesca artesanal, permitieron al artista ahondar su mirada a este viejo arte, y a vetustas técnicas que, como la almadraba para capturar atunes, conjugan un conocimiento sobre la tierra, el mar, la fauna, el tiempo, las estaciones, el trabajo, y el hombre mismo aventurado en el viaje del vivir. 

La exposición que hoy presentamos se encuentra inspirada en este viaje del artista hacia esta región de  antiguas vinculaciones, en un recorrido que lo llevó al redescubrimiento de los orígenes de una cultura y de un arte. Botes, sogas, rancherías de pescadores, el paisaje humilde de la costa que es vivida como vida real, fuera de la mirada gozosa y escapista del turismo, nos conectan con este mundo de un modo que rescata y magnifica aquellos detalles que hablan del quehacer manual, arduo, diario y repetitivo como una plegaria, en el que el trabajo y la faena son bendecidos porque constituyen también una forja del alma.

Caracas, 1.972


Tengamos en cuenta que, en el quehacer artístico, llega el momento en que hay que elegir el camino a seguir, bien sea escogiendo particulares elementos del oficio, vale decir, los materiales de trabajo para dotar de textura o color la superficie trabajada; pongamos por ejemplo la paleta de Van Gogh, el informalismo, o ya sea la perseguida originalidad, o acercándose a grandes tendencias, como pudo ser la abstracción, que acoliten la fama, que se quiera o no, es asunto importante.

Y allí caemos, creyéndonos lejos de todo contacto y que nunca nos tocan las influencias de otros artistas o maestros.

De pronto, todo ese periplo se ensancha y aparece sigilosa la naturaleza, hasta que nos moja los pies y la llamamos: Mar. Con él, sus ropajes, su indumentaria, sus instrumentos, sus sonidos sus colores, sus habitantes por fin.  Su forma de enseñar, sus límites y con ellos su infinito movimiento.

Aquí, entre nosotros, por voluntad propia, aparece con una aquilatada fuerza de expresión, Carlos Calderón, quien tiene en su haber, parte del Mediterráneo, Costa del levante de España, Cadaqués, Francia, Tarifa y Marruecos, a la búsqueda de otras miradas de aquéllas bóvedas abigarradas en luz y forma.

Pero antes, toma por empeño esta orilla triangulada de mar, con sus aperos y sus sones, que según dice la historia, llamaban  Paraguachoa.

La obra de Calderón tiene que ver en su totalidad con la vida del hombre inmerso en el mar, lecho donde construye su simbología, recrea su nomenclatura, nos habla de peñeros, de  hélices, de pesca artesanal, de redes, de cascos, de altura, de proa y popa, de vientos a babor y a estribor, de maderos de asiento, canaletes y de remos.  Y también del amarre del tiempo navegado a veces invisible para muchos.  Lo que no se puede esconder en su obra es el lenguaje del color y el tratamiento de las texturas sobre dobles superficies, que descubren nuevos elementos en los vanos de una ancestral embarcación.

A la fecha, 2000 / 2010, Calderón ha descubierto importantes caminos, una década prodigiosa en su oficio de artista plástico y con el mar a gritos, descubrimos al artista que escogió esta geografía para quedarse.